miércoles, 30 de junio de 2010

Virus

Cádiz a 30 de Junio de 2010

Proposición de reforma constitucional: Artículo 2. La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la cultura propia de las nacionalidades y regiones que la integran, dentro del Estado de Derecho, y la solidaridad entre todas ellas.

El problema no está en la interpretación sobre la Constitución Española de la palabra “nacionalidad”, el problema radica en la palabra “autonomía”. No obstante, el uso de la palabra “nación”, aunque solo sea en el preámbulo de una ley y por más que un tribunal especifique que no tiene carácter vinculante respecto de nuestro Estado de Derecho, no tiene argumentación lógica alguna. Denota una incapacidad o un temor a decir que no se puede utilizar esa palabra en el contexto de esa ley.

Habría que analizar por qué motivo un tribunal parece tener miedo a decir claramente: No puede usted utilizar la palabra “Nación” en el contexto de esta ley. Y se tiene que ver sometido a un subterfugio que equivale en el lenguaje infantil a decir: “Bueno, pégame, pero a mí no me duele”, cuando en realidad la opción justa es decir “a mí no me pegues”, porque nadie tiene derecho a dañar deliberadamente.

El problema radica, fundamentalmente, en la afición a caminar permanentemente al borde, al límite de la ley. La ley de los hombres existe por un principio moral y ético, de otro modo no tiene sentido. Hay que diferenciar por tanto qué es el daño, cuándo se tiene la intención de dañar, sea por el motivo que sea y cuándo se está dañado, a resultas de la realidad y no de las palabras, máxime cuando las palabras han quedado ya suficientemente desacreditadas por su intérprete.

La coacción, es el alma máter de la sociedad que estamos construyendo. Efectivamente el propio Estado de Derecho es en sí mismo una medida coercitiva, con la particularidad de su consenso popular y su establecimiento en rango de Ley, constituido por todo el Ordenamiento Jurídico. Sin embargo, surque sobre su impronta “la coacción” como delito, con la particularidad de la dificultad que como tal conlleva su detección y puesta a disposición judicial del que lo efectúa.

Veamos un ejemplo de coacción: “Señor Iglesias, no puede usted ampararse en su inmunidad diplomática para cometer un delito”. Estas son las primeras piedras del socialismo que vivimos en nuestra nación. ¿Quién está perpetrando el delito? ¿El señor que amenaza sobre la consideración de llegar hasta el atentado personal, o el Presidente que advierte de que no se puede hacer tal cosa?

La actuación del Presidente tiene tono de advertencia, subyace el mecanismo coercitivo propio de la Ley y se puede considerar por tanto coacción al fin y al cabo. Empero, hablamos de una coacción, dentro de la Ley, dentro de un Estado de Derecho, aceptada por tanto para que exista un mantenimiento del orden legal. Esto choca frontalmente con el concepto básico de la izquierda radical y su pretensión de cambiar al mundo de bases mediante la revolución destinada a la destrucción del capitalismo.

El Sr. Iglesias por lo tanto está cometiendo un delito, además, lo está haciendo públicamente sin ningún pudor. En este caso no existe necesidad de investigación alguna para esclarecer que el delito se ha cometido, está claramente expuesto. Nos encontramos ante dos Estados, enfrentados, por un lado: El “Estado de Derecho”, y por otro lado un Estado que podríamos llamar “Estado Antisistema” y que por lo tanto pretende la instauración de un “Antiestado”.

En esta situación, nosotros aceptamos como Presidente de Gobierno a un Sr. que se autoproclama abiertamente y de la misma manera “anarcosindicalista”, y que manifiesta que va a producir una transformación en España que no la va a reconocer nadie. En esto estamos, los resultados brillan por su presencia: paro, déficit, quiebra inminente, reducción prestaciones sociales, reiteración separatista consentida, enfrentamiento de la población, observación internacional, cuarentena política.

¿Es posible que un ser humano sea tan zoquete? No porque su pretensión no tenga sentido, que posiblemente lo tiene y seguramente es justo y necesario para el desarrollo evolutivo de la especie. Sino por el uso, transformado y reducido a la expresión de timo de la ideología en cuestión, amén de la desfachatez delictiva que conlleva en términos de la interpretación que de ella hace una variopinta población que ve la actuación de sus dirigentes y la aplica de igual forma en su entorno inmediato.

Llegándose al extremo de seleccionar a pié de convivencia ciudadana a aquellas personas, no capitalistas, sino que según criterios sectarios son susceptibles de serlo. Y, por lo tanto se está contra estas personas desde el principio he incluso desde antes de nacer, independientemente de que vivan sumidas en la pobreza más absoluta. Porque se les castiga, asesina o aparta no porque sean capitalistas, sino porque podrían serlo si se les permitiese disfrutar de la libertad que les corresponde.

Éste es el Estado de Derecho en el que vivimos, un Estado de Derecho que permite impunemente a unos señores actuar deliberadamente y manifiestamente contra el propio estado utilizando la maquinaria de éste. El comportamiento es paralelo al de la actividad vírica, en la que unas entidades al límite del concepto científico de vida, se introducen en una célula y utilizan su maquinaria de síntesis para replicarse, acabando por reventar al anfitrión que les ha permitido alojarse.

El virus, perfectamente instalado, se vuelve constantemente contra el sistema celular que le aloja, necesita interrumpir a éste para lograr sus objetivos de replicación y no duda en dañar sin reparar en la cantidad o cualidad de ese daño. Daña ilimitadamente, parece carecer de conciencia del daño que ejerce. Si la célula consigue limitar de alguna manera la proliferación vírica, podría conservar la vida, de lo contrario revienta y muere esparciendo el virus replicado que invade a otras células.

El argumento deductivo que enaltece el ego vírico y le reafirma en su actitud es el hecho de que aún siendo una estructura infinitamente menos sofisticada, menos diferenciada, menos especializada y básicamente parasitaria posee la capacidad de conducir al desastre y a la desintegración a la célula que le da cobijo. Este hecho reafirma su entidad y le ayuda a superar su existencia. Se puede deducir que el virus es concepto en estado puro, que se libera de sus ataduras terrenales hasta el límite.

Asistimos impávidos a la desintegración de nuestro sistema, y sabemos quien o quienes y mediante qué mecanismos están alcanzando sus objetivos. Quizá nuestro sistema ha sido infectado más allá de lo que nos parece obvio: paro, déficit, etc., quizá nuestro propio sistema de valores ha sido dañado, ha sido infectado y asistimos a nuestra propia muerte a nuestra extinción seducidos por un absurdo estoicismo. Nos extinguimos y no nos importa, esa es nuestra enfermedad sin héroes.

Tan molesto como el Herpes Simple sobre nuestro labio, el adversario político nos irrita deliberadamente, es más o menos consciente de la situación y su afición al chiringuito y al plástico le dibuja un futuro alentador. Un futuro de eructos y de garrotas que ya comienza a tomar posesión del espacio con descaro. El adversario político, en forma de funcionario, calienta la silla con insistencia con el afán de fundirla, él quiere sentarse en el suelo y eructar bañado en bocadillos de sardina.

Un saludo, J. M. Mora

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