Cádiz a 6 de octubre de 2010
Obsérvese que un espermatozoide es una sola célula de igual modo que lo es un óvulo. En el momento de la concepción, es decir, tras la fecundación; se inicia un proceso de división celular en el que no participa la madre. Este proceso de división es autónomo y su punto de “ignición” es el instante en el que el contenido genómico de esperma y de ovocito entra en contacto. A partir de ese momento el fenómeno es imparable y tendrá la consecuencia final de la muerte del nuevo ser.
Sin duda, la muerte, la enfermedad o cualquier otra alteración producida en la madre, que aloja en su matriz al nuevo ser, puede afectar a este hasta el punto de hacerle perder la vida. Sin embargo, no es posible encontrar diferencias a efectos legales entre el hecho de que el ser en cuestión se encuentre dentro o fuera del cuerpo de su madre. ¿Acaso alguien recuerda cuando nació? ¿Cuándo vio la luz por primera vez? ¿Puede sobrevivir un neonato si lo abandonamos en un desierto? No, continúa existiendo una relación de dependencia respecto de un adulto.
Se puede deducir que no existen diferencias prácticas entre el nivel de conciencia que puede tener un cigoto, embrión, feto e incluso neonato. Nadie tiene conciencia de cuando era un cigoto ni tampoco de ningún estadio posterior incluso, quizá, hasta aproximadamente un año después de haber nacido. Mucho menos se puede explicar, y esperar que comprenda, a un bebé de dos meses que él es un ser humano.
Si un bebé de dos meses, no tiene conciencia de su propia existencia y es inútil intentar explicarle que es un ser humano: ¿Cuál es la diferencia entre él y un cigoto? Sencillamente se encuentran en estadios de desarrollo diferentes y en ambos casos inconclusos. ¿Por qué debemos considerar que es un derecho del hombre detener este proceso? ¿Por qué, con que base lógica, debemos considerar que detener este proceso mientras el nuevo ser se encuentra en la matriz es un derecho y sin embargo, debemos considerar un infanticidio asesinar a un bebé de dos meses?
De nuevo, el momento en que se inicia la creación de un nuevo ser es sin duda el de la concepción. Si observamos a un esperma en su soledad genómica, a través de un microscopio, no podemos esperar que por sí solo pueda iniciar ningún proceso, con características autónomas, que desemboque en la generación de un nuevo ser. Del mismo modo ocurriría otro tanto con la observación de un óvulo. Sin embargo, existe una diferencia notable, notabilísima tras la fecundación.
Tras la fecundación y consecuentemente tras la unión génica de las partidas cromosómicas procedente de dos seres independientes y adultos. Se inicia un proceso, que a día de hoy y no sin gran dificultad, el hombre se puede limitar a describir pero ni por asomo a dar explicaciones racionales sobre cuales son los intrincados fenómenos que tienen lugar durante la primera mitosis. Pretender descifrar esto es tan complejo como intentar definir los límites del universo o explicar por qué la tierra gira en el espacio bañada por la radiación cósmica.
Parece existir un ánimo propio de la naturaleza de iniciar estos procesos tras producirse la unión genómica. Al tiempo, se deduce por métodos científicos que en estos genes se encuentra toda la información que dará lugar a las características fenotípicas del nuevo ser. También, consecuentemente, a sus características psíquicas y de toda índole no sin la inevitable influencia de las circunstancias que rodean a la propia existencia. Es por tanto, un simple cigoto, un ser humano potencial.
Nadie puede saber, si un bebé de dos meses será un futuro aspirante al premio novel y la misma imposibilidad existe ante la observación de un cigoto, no hay diferencias en esto. Nada contesta un cigoto, si se le pregunta, ¡oiga! ¿Tiene usted conciencia de que es un cigoto? Pero, tampoco debemos esperar respuesta de un neonato de un mes. Por otro lado: ¿Es dependiente el embrión del aporte sanguíneo materno? Si, pero no es menos dependiente el neonato de la nutrición enteral a expensas de un adulto.
Si el hombre de hoy pretende atribuirse el arbitrio de decidir si un nonato debe seguir adelante con su natural proceso de desarrollo o no. Si pretende dar a esta decisión carácter de derecho, lo ilógico es que el infanticidio se considere un delito, esto es una incongruencia nítida.
De hecho, se podría llegar a considerar cual es la edad hasta la que se considera un derecho el acabar con la vida de un hijo, simplemente porque económicamente no podemos permitirnos ese lujo. Así se podría plantear si el punto que marcase la diferencia fuese cuando diga mamá por primera vez o bien esto no tenga la mayor importancia y se deba retrasar al momento en que tenga conciencia de sí mismo. ¿Alguien recuerda cuando dijo mamá por primera vez?
Un saludo, J. M. Mora
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