Cádiz a 15 de octubre de 2010
Compatriotas: hoy; en relación con las manifestaciones sucedidas durante el pasado día de celebración de la Fiesta Nacional , quiero manifestar que considero una falta muy grave, consecuencia quizá de la irreflexión propiciada por un momento de tensión, la de acusar al pueblo de no respetar a sus muertos.
Aceptando que la educación es al hombre lo que la revelación a la humanidad, quiero señalar que en condiciones normales y democráticas, un gobierno debe aceptar la manifestación unánime de unos ciudadanos como la revelación de su sentir, y está en la educación democrática, ideológica o de cualesquiera índole de sus dirigentes, tomar a ésta en la consideración y respeto merecido.
Se debe entender, entre los hombres de honor, que es una situación de descontento generalizada la que lleva a un pueblo maltratado, vejado y humillado a tomar la decisión de arriesgarse a ser mal interpretado y consecuentemente, injustamente acusado de haber faltado al respeto debido a la memoria de sus caídos.
Entre los hombres de honor no tienen cabida las disculpas, porque es obvio que no existe ningún ánimo de mancillar su recuerdo. Y son hombres de honor los caídos, y nada tienen que demostrar pues hicieron en el campo de batalla el más alto sacrificio del que es capaz un ser humano, entregando sus vidas en aras de la libertad y del bienestar de su patria. Y son hombres, mujeres, ancianos y niños los que dan forma a un pueblo que es un ente de honor por la propia naturaleza de su existencia.
Sin embargo, lo que sí es susceptible de ser considerado una profunda falta de educación; la esencial falta de educación que diferencia definitivamente al espíritu noble del alma perversa, es la de concebir esta ruptura. La de malinterpretar que un pueblo no siente tristeza por tener que utilizar como única opción la de manifestarse durante el solemne momento de una celebración.
El respeto por los Caídos en nombre de La Patria es, como la democracia, una germinal semilla cuyo cuidado es intemporal. No hacerlo, deliberada y conscientemente es un insulto hacia el pueblo y hacia los que han dado su vida por él; constituye una vejación constante. Pero sin ninguna duda, acusar al pueblo de no respetar a aquellos que dieron sus vidas es la peor de las calumnias. Es una falta que identifica la esencia más profunda de aquel que se atreve a tal perversión de la consciencia común de una nación sensibilizada y adoctrinada que no ha podido manifestar lo que realmente piensa en el momento establecido para tal menester y que está presente en el recuerdo reciente de todos.
De lo que pueda haber más allá de la muerte nadie ha dejado constancia; pero, se puede sentir sin temor a equivocarse que aquellos que dieron sus vidas, en defensa de la patria, nada reprocharan sino que agradecerán a su pueblo el compartir sus momentos en la lucha contra aquel que pisotea impune al motivo de La Fiesta , por el que dieron sus vidas.
Un saludo, J. M. Mora
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