Resuelto a acometer el esfuerzo de adentrarse sin brújula ni astrolabio en la deliberada y esquizoide marabunta de la psique de ZP, bajo la que subyace a todas luces un trasfondo de patología congénita; el hombre, se encuentra ante una de las labores más tristes a las que quisiera dedicar parte del inestimable tiempo de su vida. Éste es el escollo, la escollera natural, aquel donde naufragan los navíos en la afrenta de sus aristas paralizadas, aquel a quien evitar constituye la mayor fortuna. ― ¿Qué es una mentira subsumida en una irrealidad?―, ― ¿Acaso, una verdad?― Cuando hablamos de mentiras, concientes o inconcientes, en el marco de una proclama irreal, destinadas a fabricar una ceremonia de la confusión que perturbe mediante el descarado insulto a la razón y a la lógica más básica, la conciencia del común del pueblo; probablemente no nos estemos alejando demasiado del correcto análisis de las características psicosociales del ciudadano ZP. Si además se atiende al eventual beneficio personal que obtiene con su actitud y se observa a éste como principal objetivo de sus intereses, es posible que hayamos acertado plenamente en el diagnóstico sobre la caótica composición de su ser. No debe olvidarse, sin embargo, que en todo ello subyace, con alta probabilidad, un trasfondo patológico severo. No se escapa a los más reconocidos observadores de la naturaleza que ésta parece dotar a sus seres de una capacidad no definida o circunscrita a ningún órgano o capacidad concreta del ser sino más bien a la generalidad del mismo, a través de la cual el sujeto aquejado de algún mal, o poseedor de alguna tara, parece compensar el agente discapacitante con la exacerbación de otros sentidos o habilidades que se desarrollan o acentúan a tal fin. Es el caso por ejemplo del invidente que desarrolla mayor capacidad sensitiva en el olfato o en el oído, o el caso del parapléjico que desarrolla la musculatura superior por el incremento de su uso. En el caso del señor ZP nos encontramos probablemente ante un mecanismo de compensación psíquico en el que destacan principalmente dos factores claramente diferenciados y que no se adecuan a lo que en buena lógica cabría esperar o desear de un profesional de la política con un juicio equilibrado: Estas son, por un lado una marcada tendencia a faltar a la verdad, y por otro lado, la incapacidad casi absoluta de emitir juicios sobre la realidad que no sean completamente desatinados. Estos factores pueden ser considerados como articulaciones compensatorias de un mecanismo de digestión cognoscitiva presente en el egregio interfecto político, el cual no le permite centrar su psique en los sucesos reales que se circunscriben al hecho vital de la población general y por ende al suyo propio. Dada esta incapacidad, esta carencia, esta tara, el sujeto recurre reiteradamente al matiz burlón en sus manifestaciones, de manera que, desligando de toda seriedad al acto, sus desatinos aparezcan difuminados haciendo preguntarse a quien atiende su discurso, si realmente se está burlando, si está completamente trastornado o es que no tiene capacidad de discernir con un mínimo de coherencia. En esto consiste básicamente el mecanismo compensador del ilustre ciudadano. Se trata de disfrazar sus carencias con una serie de artimañas, trucos, pequeños timos aprendidos a lo largo de años de coexistencia con la tara. El resultado, en este caso concreto, no hay dudas que se manifiesta efectivamente compensador y en definitiva beneficioso para es sujeto. No así para lo que cabría esperar del cargo que ocupa. Es decir, la tara en sí misma queda neutralizada mediante estos mecanismos en lo que se refiere a la autogestión de sus potencialidades vitales, no obstante esta compensación no alcanza nivel suficiente como para liderar al pueblo con resultados equivalentes a los obtenidos en beneficio propio.
Un saludo, J. M. Mora
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