Cádiz a 26 de noviembre de 2010
Efectivamente, es frecuente encontrar en el adepto de izquierdas, también entre los desequilibrados, la exacerbación de su propia dignidad, que no de la de los demás, y el alarde victimista ante su pretendida ofensa so pretexto de lo cual arguye la protección de la misma bajo la amenaza de la acción bélica. Se trata de un mecanismo repetido hasta la saciedad en su conducta y el alma máter de la esencia de su yo; el “abc” del ser condenado a la contemplación de si mismo en el espejo cada mañana.
Al margen de la anacronía “Jongilinita”, que bien pudiera ser calificada de psiquiátrico nacional, en nuestra propia debacle encontramos el curioso caso de un presidente sobre el que objetivamente y con el respeto debido a la propia institución del Estado, resulta triste encontrar que el adjetivo calificativo más adecuado a tenor de la gestión del apodado interfecto, cadáver, fiambre, bambi,… es el de “Julai / Julandrón” (el habla de Cádiz 7ª edición revisada y ampliada), que según la traducción del mismo diccionario viene a significar sinvergüenza.
Podría llegar a producir cierto acongojo reflexionar acerca de qué pasaría si el interfecto fuese desenmascarado realmente. Si se pudiese desmantelar públicamente su parafernalia y demostrar que solo es un absoluto farsante, un impostor, un timador que no para de engañarnos desde el primer momento, un señor que no conoce ni de lejos al honor, alguien que realmente no tiene ni una idea lejana de lo que es la política, alguien que no conoce la dignidad. Un verdadero y absoluto parásito descerebrado adicto a los psicofármacos. El esperpento de un chupóptero enchufado que no le ha dado un palo al agua y que jamás ha pensado en las generaciones futuras salvo en lo relativo a su ruina y devastación.
Cuando me refiero al desmantelamiento de su farsa públicamente quiero decir que llore pidiendo perdón mientras se hace “pipí”.
Un saludo, J. M. Mora
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