Cádiz a 20 de enero de 2011
Un documento comprometedor para Santiago Carrillo vuelve a la luz
María del Pilar Amparo Pérez García. Hace alrededor de cuatro años, llegó una carta a mi casa, sin remite, escrita con una letra temblorosa, que hacía pensar que era la de un anciano. En ella, se relataban ciertos hechos criminales cometidos por Santiago Carrillo y otros socialistas y comunistas en el Madrid de noviembre de 1936. Mi padre recordó aquello, pues según me dijo, se difundió mucho durante los años de la transición en fotocopias que pasaban de mano en mano. Intenté hacer averiguaciones, pues también me comentaron que el autor del escrito, un “Pionero” apodado “El Estudiante”, había hecho unas declaraciones recogidas en el diario “El Alcázar”, en un reportaje que levantó ampollas en noviembre de 1977, reportaje realizado, tanto en su texto como en las fotografías por el periodista Joaquín Abad.
Hablé con el director de “La Nación”, el recientemente fallecido Félix Martialay, pensando que me podría poner en contacto con el citado “Estudiante”, ya que el trabajó en “El Alcázar” muchos años, como se sabe, y llegó a ser hasta director del diario. Sólo me pudo decir que “El Estudiante” vivía en Aranjuez. Nada más. Pero me dio la idea de que lanzase por Internet la citada carta. Eso hice, y todavía está dando vueltas por la red, pues a mi me ha vuelto a llegar varias veces.
Comencé a buscar el reportaje de “El Alcázar”, pero sin saber la fecha, ni aunque fuera aproximada, me resultaba muy difícil. Un amigo me comentó que él guardaba el recorte de dicho documento, pero que lo tenía traspapelado. Por fin, haciendo una mudanza de cajas y objetos de hace tiempo, le apareció el citado reportaje, y me lo cedió. Tenía, y sigo pensándolo con motivo de la revanchista “Ley de Memoria Histórica”, he decidido que vea la luz, porque esa historia de buenos y malos que nos están contando, cada vez se sostiene menos de pie.
En vista de que una generación entera, que luchó y venció en una Cruzada sin igual, ha desaparecido por ley de vida, y que sus hijos y nietos, en su gran mayoría, han apostatado de todo por lo que lucharon y murieron sus padres y abuelos, por comodidad, por complejo, por cobardía o para vivir aferrados a un buen sillón y a la mentira histórica, tendremos que ser una minoría de personas decentes, que todavía tenemos ideales y lealtad para con nuestros mayores, los que defendamos la Verdad y la Historia reciente de una Patria que fue, o al menos lo intentó, Una, Grande y verdaderamente Libre, y que ahora está siendo atacada en todos los frentes por sus enemigos de siempre: el marxismo, el separatismo y la masonería, que han sabido esperar a sacar su odio en el momento oportuno. En vista de todo esto, he aquí el documento:
Testimonio para la Historia
¡Esta es mi zanja!...¡Dios mío!
Julián “El Estudiante” relata la intervención de Carrillo en las “checas” de Madrid y en Paracuellos del Jarama.
No hace aún muchos días circuló una carta abierta a Santiago Carrillo firmada por “El Estudiante”, en la cual, con ciertos visos de verosimilitud, se vertían una serie de acusaciones contra el hoy Secretario General del PC. Como quiera que el firmante del escrito muy bien pudiera tener un nombre y unos apellidos completos, los reporteros de “El Alcázar” se pusieron de inmediato a realizar las oportunas averiguaciones. En efecto, existía un nombre, un testigo. En este reportaje, Julián “El Estudiante”, narra los detalles de unos acontecimientos en los cuales Santiago Carrillo tuvo, de manera directísima, una participación destacada. “El muchacho de los recados” de las “checas” de Madrid, acompañó al dirigente comunista a alguna de sus “actividades”. Este es su relato.
“Delante de nosotros mataron a un jesuita”
Aquella mañana –cuenta Julián a El Alcázar- entraron en el colegio cierta cantidad de milicianos y milicianas quienes, delante de nosotros, mataron a un jesuita que nos daba clase de química en aquel momento. Mi abuelo me sacó del internado y quiso que viviera con ellos en Cuatro Caminos, en la calle de Jaén. Pero la guerra había sido declarada y todo estaba en ruinas. Los adoquines de la calle Bravo Murillo estaban levantados sirviendo de parapetos para que los frentes no entraran. Por las noches no había luz, y yo escuchaba el tiroteo mientras me dirigía al metro de Alvarado, donde dormí varios años. Mi familia no podía proporcionarme alimentación porque escaseaba. Me enteré, por mis amigos, que también dormían en el metro, que en le “checa” del Marqués de Cubas daban carne de búfalo. Me presenté allí y le dije al miliciano que estaba en la puerta que tenía hambre. Recuerdo que aquel miliciano me pareció demasiado joven. Vestía con un mono azul y un gorro con orla; tenía puesto un correaje con una bayoneta, llevaba un mosquetón.
Me preguntó si pertenecía a los “pioneros”. “Yo no sé qué es eso” –le respondí-. “Pasa dentro, pionero”, me dijo. Al rato, trajeron un plato de aluminio con carne de búfalo y un chusco de pan. No dejé ni las migajas. El miliciano de la puerta me prometió que si iba todos los días me darían de comer. Yo, con catorce años, pero bien desarrollado, empecé a acompañarles a donde me llevaban. Vi como saqueaban las casas, como sacaban las remesas de, según ellos, “los martirizados”.
Carrillo: “¡córtale el dedo, leche!”
Uno de los días, en la “checa” de la calle Marqués de Cubas, en la tercera habitación del pasillo de la derecha, recuerdo cómo los milicianos le pegaban a un señor que estaba atado a una silla de madera con brazos. No sabía quién era ni porqué le daban guantazos en la cara hasta partirle el labio… Después de aquello, al amanecer, creo que fue el 24 de agosto, me montaron en un “forito”, ocho cilindros, muy viejo, y fuimos a la carretera de Fuencarral. Al rato, llegó un coche alargado de donde se bajaron cuatro milicianos, y el quinto, el jefe de las “checas”, que yo aún no conocía entonces. Vestía un tabardo marrón y unas botas. No tendría más de 23 ó 24 años. Era Santiago Carrillo. Apearon a tres señores y una señora, les hicieron andar sobre la cuneta unos doce metros, y sin que yo me lo esperara, sacaron las metralletas y los mataron a los cuatro. Carrillo, que había dado la orden de ejecución, saltó a la cuneta y me dijo: “Pionero, estudiante, ven acá. ¿Sabes quién es este?” –Señalando a uno de los ejecutados que estaba tendido en el suelo en un charco de sangre--. Este es el Duque de Vergara, el fascista número uno de España”, añadió Carrillo mientras sacaba una pistola de debajo del tabardo (que recuerdo perfectamente, del nueve largo), y disparó tres tiros sobre el cráneo del Duque, que ya estaba bien muerto. Hecho esto, Carrillo vio en la mano del cadáver una sortija con brillantes que parecía de valor, y dirigiéndose al Guardia de Asalto Ramiro Roig, “El Pancho”, le ordenó: “¡Quítale el anillo!”. El otro empezó a tirar sin conseguir que saliera. “¡Córtale el dedo, leche!” –reclamó Carrillo indignado--. El Guardia sacó una navaja del bolsillo y destrozó la mano hasta que consiguió sacar el anillo, y se lo dio a su jefe. Recuerdo perfectamente que Santiago Carrillo, después de limpiar la sangre de la sortija, con broza que tomó del suelo, se la guardó en el bolsillo y, cogiéndome por encima del hombro, me subió en el Ford. Emprendimos viaje de regreso. Una vez en la “checa” de la calle Marqués de Cubas, después de un rato, salió Carrillo y le dijo al Guardia de Asalto: “A este pionero que no le falte de nada, y me lo lleváis a Paracuellos para que ayude a lo que tenga que ayudar”. Yo no sabía a qué se refería Carrillo, pero como todos los días me daban de comer, andaba con el puño en alto muy obediente.
Archivos de la Causa General
En los archivos de la Causa general, instruida por el Ministerio Fiscal nada más acabar la contienda civil, consta documentalmente que, los “Duques de la Vega y Veragua –este último descendiente del descubridor de América, de edad avanzada y que ninguna actividad política había desarrollado durante su vida-, fueron detenidos, por móviles exclusivos de robo, por unas milicias socialistas dirigidas por un individuo de ese partido, llamado Zacarías Ramírez, convertido en Capitán. Fueron inútiles todos los requerimientos de las representaciones diplomáticas para que el Ministro de Asuntos Exteriores, Álvarez del Vayo, garantizara la vida de los detenidos, que ningún peligro representaban para el régimen rojo. Finalmente, los dos mencionados señores fueron asesinados después de un prolongado secuestro, no sin que antes el jefe socialista obligase al Duque de Veragua a transmitirle, bajo ciertas solemnidades jurídicas, la propiedad de una finca que el Duque poseía en la provincia de Toledo”. Por aquellas fechas Santiago Carrillo era el jefe de las “checas” de Bellas Artes y Fomento, después sería ascendido, por méritos, a Consejero de Orden Público del Gobierno rojo, Comisario equivalente a Ministro de Orden Público, antes de Gobernación y ahora del Interior.
Sobre las actividades de las “checas”, datos recogidos por la Causa General señalan que “dentro de la identidad criminal entre todas las “checas”, se destacan las del Partido Comunista por su ferocidad y ensañamiento, ya que no conformes con asesinar a sus víctimas, les hacen antes objeto de los martirios más crueles, no habiendo una sola “checa” comunista en Madrid en que estos martirios no se aplicasen con carácter casi general”.
“Por Dios, no me torturen más”
Pionero “El Estudiante”, como le apodó Santiago Carrillo, sin darse realmente cuenta de dónde se estaba metiendo, continuó visitando las “checas”donde sus nuevos amigos le daban de comer todos los días, a cambió de que fuera con ellos y levantara el puño cuando se lo mandaban.
Tres días después de que mataran al Duque de Vergara y sus acompañantes, el 29 de agosto, Carrillo y su chófer, el comunista Juan Izascu, recogieron al “Estudiante” de la “checa” de Marqués de Cubas y fueron a Fomento, junto a la Estación de Atocha, en un Ford martícula M-984. “Recuerdo que era de noche –nos dice nuestro testigo—cuando llegamos. Bajamos a un sótano donde esperaban la llegada de Carrillo los chequistas Manuel Domínguez “El Valiente” y el Guardia de Asalto Juan Bartolomé. Allí estaba sentada una mujer joven, de unos treinta años o más, con la ropa a jironazos, casi desnuda, que no hacía más que llorar y suplicar que no la pegaran más. Llegó por fin al sótano Santiago Carrillo y dio al tal “El Valiente” la orden de quemarle los pechos, orden que éste cumplió utilizando un cigarro puro. La mujer suplicaba “por Dios” que el tormento cesase. Luego me dijeron que se trataba de una monja, Sor Felisa del Convento de las Maravillas de la calle Bravo Murillo. Aquello me quedó muy grabado en la mente y no lo olvidaré jamás. He pasado muchas noches sin dormir recordando crímenes de estos. No sé qué pasó luego con la monja, supongo que moriría en las manos de aquellos chequistas que disfrutaban ultrajando a una religiosa.
Un saludo, J. M. Mora
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