lunes, 11 de abril de 2011

Terrorismo, corrupción...

Cádiz a 12 de abril de 2011

Cuando se plantea que aceptar a terroristas en las instituciones públicas puede ser una solución, porque es preferible tenerlos sentados en sus cargos que en la calle con ametralladoras, nos adentramos en el terreno de la pérdida de la razón. Si hay alguna cualidad que debe ser exigida a los dirigentes políticos es la de servir de ejemplo en su comportamiento. ¿Qué ejemplo se da cuando se admite a asesinos en la administración?

Tomemos como ejemplo el caso de Ted Bundy: Ted fue un asesino en serie que solía privar de la vida a señoritas jóvenes y atractivas al objeto de violarlas reiteradas veces después de fallecidas. A él, a Ted, toda esta situación le resultaba muy divertida, y según comentó, le hacía sentirse dueño de un gran poder, como si fuese dios; especialmente en el instante en que su víctima exhalaba su último aliento mientras le miraba a los ojos.

¿Se puede considerar esta actitud reprobable? Bueno, si nos inhibimos de educación, de cultura, de religión, de tradición; si pensamos que todo vale por conseguir un fin, quizá en ese caso debamos admitir que es un comportamiento que no está mal, si no te repugna violar la carne muerta. Al fin y al cabo que más da, ¿si todos vamos a morir, que importa que unos decidan cuando deben morir otros? ¿Quién puede decir lo que está bien o lo que está mal? ¿Porqué tiene necesariamente que ser "malo" asesinar?

El equivalente sería, detener a Ted, luego liberarlo, que cometiese unos asesinatos más, volverlo a encarcelar y luego volverlo a liberar, y finalmente entrar en conversaciones con él para que deje de violar a cambio de lo que desee. Avisarle de que la policía lo va a detener y en última instancia nombrarlo alcalde honorífico de Tarifa a media jornada, porque es preferible tenerlo en el Ayuntamiento que en la calle violando y como nos ha dado su palabra de que si lo hacen alcalde no violará más, pues lo lógico es creerlo.

Creo que sería una solución magnífica, si todo el mal de la humanidad residiese en Ted, y al hacerlo alcalde, la humanidad quedase finalmente redimida de su condición maligna y por fin seríamos todos felices. ¿Claro, que? cabría pensar, que hacer con: Aileen Wuornos, Andrei Chikatilo, Albert Fish, John Wayne Gacy, Charles Manson, Jack el Destripador, Arthur Shawcross, Robert William Pickton, Otis Toole, Richard Ramírez, BTK, Ed Gein, Edmund Kemper, Theodore Kaczynski, Jeffrey Dahmer, Montie Rissel, Jerome Brudos, William Heges, Danny Relling, Mary Flora Bell, Robert Thompson, Jon Venables, Cayetano Santos Godino, Adolfo de Jesús Constanzo, Dorancel Vargas Gómez, John George Haigh, Dennos Andrew Pilsen, Henry Lee Lucas, Wayne Williams Jan, Dean Corll, The Green River Killer, Moses Sithole, Gerald Stano, Bruno Ludke, Pedro Alonso López, Enriqueta Martí, Luis Alfredo Garavito Cubillos, Elizabeth Bathory Erzsébet, Manuela Ruda y Daniel, Jeff Davis, William Bonin, Manuel Delgado Villegas, José Antonio Rodríguez Vega, Francisco García Escalero, Joaquín Fernández Ventura, Encarnación Jiménez Moreno, Toni Alexander King, Gilbert Chamba Jaramillo, Alfredo Galán, Gustavo Romero Tercero, Remedios S. S., Gary Ridgway, Richard Kuklinski, David Berkowitz, Joel Rifkin, Carl Eugene Watts, Dr. Harold Shipman, Denis Nilsen, Tommy Lynn Sells, Robert Lee Yates. Quizá, podríamos darles una alcaldía honorífica a cada uno, en pueblos pequeños, alejados del gobierno central. Sí, esto podría ser una solución final.

En la práctica, el estado de derecho adopta una forma piramidal, en la que los derechos no son velados del mismo modo dependiendo del nivel en el que nos situemos en la pirámide. En España hoy tenemos una pirámide representada por el Estado y diecisiete pirámides más, representadas por las Autonomías. Dentro de cada autonomía existen diferentes localidades y municipios, cada uno de ellos constituye una pirámide.

El ciudadano que se encuentra en el escalón más bajo de la pirámide más pequeña soporta el peso de todas, y su voz es escasamente oída, cuando no es tratado básicamente como una oveja. Desde las pirámides más altas, en los escalafones más elevados, sin embargo, se puede hablar sin temor a escupir pues nada importa sobre quien golpee nuestra saliva. No obstante, los que merecida o inmerecidamente ocupan o han ocupado estos cargos deben tener presente que a veces su palabra puede ser roca en manos de Ted, golpeando y destrozando el cráneo de una de sus víctimas. Ojo, que quizá esto no sea nada "malo" desde una perspectiva marxista.

Ignoro si el Sr. Ibarra tiene hijas de edades que ronden los veinte años, pero me gustaría saber si se expresaría en los mismos términos, cuando el cráneo de su hija hubiese sido destrozado con una barra de hierro al objeto de violarla. Quizá sí, quizá sus palabras serían las mismas. Esto diría mucho de su calidad humana y de su capacidad de perdón o quizá para él esto no sea un delito muy grabe, o ni tan siquiera sea un delito. No lo sé, tampoco sé si el Sr. Ibarra ostenta hoy cargo público alguno. Si no es así, está en su derecho de opinar lo que desee como responsable de su propia consciencia si la hubiere.

Si posee cargo público, podría dar un paso más en la extraordinaria bondad de su carácter y discernir que en el fondo de la pirámide hay personas que son condicionadas por sus palabras y que quizá no piensen como él. Esas personas viven bajo el imperio de la Ley que ellos mismos se han marcado, y su vida depende de que ésta sea respetada tanto en sus preceptos como en su aplicación.

Del mismo modo que hay que manifestar una posición clara, frente al terrorismo, cuando se ostenta cargo público en el seno de un estado de derecho; hay que respetar las decisiones judiciales con claridad, máxime cuando éstas tienen que ver con el mismo asunto. No hacerlo, equivale a poner una palanca de acero en manos de Ted en una calle solitaria, durante la noche, mientras una joven camina hacia su casa tras una dura jornada en la universidad, mirarle a la cara con ojos maliciosos, si se puede considerar malicia a esto, en términos marxistas, y decirle: ¿porqué no?

Podemos plantearnos: ¿Es necesario un estado de derecho sin terrorismo, entendiendo como tal a cualquier tipo de ataque a las libertades y derechos inherentes al ser humano? La respuesta es que no. En el momento en que el ser humano tuviese la capacidad de respetar los derechos de los demás, en ese instante, el estado de derecho pierde su sentido etimológico. Exponer que es preferible aceptar a terroristas en las instituciones, porque es mejor tenerlos en los parlamentos que con las ametralladoras, supone manifestar que se ha confundido al estado de derecho con la mafia, y en esas circunstancias uno debería replantear sus posturas, seriamente, por lo que de perjuicio tienen para el resto sus declaraciones.

Para finalizar, diré que:

No es verdad que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente, no, esto no es cierto. Sin duda, hay más gente buena que mala; no obstante, al perverso siempre le ha interesado insertar este tipo de pensamientos derrotistas en la sociedad para justificar sus acciones, —…como toda la calle está llena de papeles, ¿uno más?…—.

Efectivamente, el estado de derecho tiene su sentido en el respeto a las libertades y a los derechos de los seres humanos. Si todos los hombres tuviésemos este sentido de respeto hacia los demás, suficientemente claro, nuestro modelo de estado de derecho sería innecesario. En este orden de ideas, lo lógico es que aquellos que van a servir al conjunto, precisamente en la elaboración, modificación y mejora de las leyes, sean personas de reconocida moral; en tanto que van a ser los encargados de la elaboración de las leyes.

Por este motivo, cuando se señala a un miembro del gobierno, con acusaciones sobre corrupción, no es de recibo, que la respuesta sea que no se ha hecho nada ilegal y que si se tienen dudas sobre si su comportamiento ha sido legal o no, se acuda a los tribunales en demanda de esclarecimiento. Además de corrupto, sería un merluzo, si después de treinta años en la administración no supiese esquivar los resquicios legales. No, lo que se espera de un líder político no es que no cometa ilegalidades sino que tenga un comportamiento moral, ético y honrado.

Sin duda, la justicia, puede y debe sancionar este comportamiento que no es propio de tan alto cargo, que es absolutamente despreciable y que merece una dimisión inmediata. No hacerlo, constituye la exposición de que se carece de un mínimo decoro. Es cierto, por otro lado, que las llantinas y las lloreras son frecuentes en los ciudadanos que adoptan estas conductas. Recientemente hemos visto el caso de un alto cargo del socialismo andaluz, quien tras ser descubierto en un escándalo de subvenciones recibidas por su esposa, en el transcurso de tres años que ascendían a 730.000 euros, se retiró con la excusa de cuidar de su familia.

Pero, ¿acaso, no todos tenemos familia? ¿Es que unas familias, son más familias que otras? ¿Es que unos tienen derecho ha tener familia y mantenerla y otros no? ¿Es que no todos sabemos llorar, o emocionarnos por nuestros familiares? Que una persona acceda a un cargo público, está muy bien y todos tenemos derecho, pero del mismo modo esta persona debe ser despojada de su cargo en el momento que se vislumbre la mínima sospecha de que ha habido un enriquecimiento o un trato de favor reiterado en dirección a su familia. No dimitir por estos hechos constituye una falta grave de respeto a todo el conjunto del estado y por este motivo tal persona no es merecedora del cargo que ocupa.

Un saludo, J. M. Mora

No hay comentarios:

Publicar un comentario