Todo había comenzado, sin embargo, mucho antes, en la Biblioteca Municipal de Cádiz sito en la calle José Celestino Mutis, en pleno casco histórico de esta antigua ciudad, cerca de la Plaza de las Flores, en el alto de una calle en cuesta, calle que conducía a la antigua sede de “Simago” muy cerca del sitio donde los coros cantan el Domingo de Carnaval.
Es curioso y tal vez ahora los menos concientes no lo entenderán pero si te sitúas en la puerta de dicha biblioteca mirando hacia la calle, puedes girar la cabeza cuarenta y cinco grados a la izquierda y elevando la vista unos treinta grados, verás una estatua situada en la cornisa de la esquina de un edificio antiguo, como todos. Es la recreación de una escena en la que el Arcángel San Gabriel tiene sometido bajo sus pies al demonio con la mano alzada blandiendo una espada cual si estuviera a punto de cortarle la cabeza.
Los días transcurrían allí como días de parado, de ratón de biblioteca, de desesperado, de parado gaditano que es mucho más que un simple parado. Las horas eran devoradas por las inmisericordes agujas del reloj y en su afrenta, inmisericordemente, mis ojos recorrían campos de información de fuentes cualquiera.
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